En las alturas del Parque Natural de Sierra María-Los Vélez, a más de mil metros sobre el nivel del mar, Helena y Clau han creado un refugio de permacultura que desafía las convenciones y abraza la naturaleza. Su proyecto, «Permacultura Los Vélez», iniciado en 2018, es mucho más que un simple huerto ecológico; es una declaración de principios, un modo de vida conectado a la tierra y un ejemplo de emprendimiento sostenible liderado por mujeres.
Todo comenzó en las aulas del Máster en Cultura de Paz, Educación, Conflictos y Derechos Humanos de la Universidad de Granada. Allí, Helena y Clau se conocieron y descubrieron que compartían no solo su pasión por la permacultura, sino también su pertenencia al colectivo LGTBIQ+. Juntas, decidieron dar un giro radical a sus vidas.
Helena, con raíces familiares en Vélez-Blanco, propuso recuperar la finca de su abuelo Francisco, conocida como Finca Quevedo. «Era un sueño poder devolver la vida a estas tierras», explica con emoción. Por su parte, Clau aportó su experiencia en gestión de alojamientos turísticos sostenibles, adquirida administrando una vivienda familiar en Galicia. Ambas complementaron su formación con el Curso de Diseño de Permacultura (CDP) en diferentes centros del país, fortaleciendo así sus conocimientos y habilidades.
Cuando Helena y Clau llegaron a la Finca Quevedo, se encontraron con un panorama desalentador: un terreno degradado, consecuencia de años de labranza intensiva, lo que había despojado al suelo de su microbiología y fertilidad natural. «Era como empezar de cero», recuerda Helena. «Pero sabíamos que con paciencia y las técnicas adecuadas, podíamos devolverle la vida a esta tierra».
El primer paso fue diseñar un plan centrado en la regeneración del suelo, la mejora de la salud de los olivos existentes y la introducción de nuevas especies vegetales. «Pero antes, debíamos de romper la suela de arado, que impedía la infiltración del agua en el terreno», explica Clau. «Comenzamos a incorporar materia orgánica al suelo, utilizando desde borras de café hasta compost que elaboramos nosotras mismas».
A continuación, sembraron una cubierta vegetal de especies autóctonas. «Esta cubierta cumple múltiples funciones», señala Helena. «Aumenta la biodiversidad, mejora la retención de humedad, enriquece el suelo y lo protege de la erosión. Es fascinante ver cómo la naturaleza comienza a regenerarse cuando le das la oportunidad». Este enfoque basado en la permacultura sentó las bases para el ecosistema diverso y productivo que es hoy Permacultura Los Vélez.
El camino no ha sido fácil. «Mucha gente no entendía por qué dos jóvenes con estudios querían ‘volver al campo'», recuerda Clau. Sin embargo, su determinación ha sido más fuerte que las críticas. Hoy, Finca Quevedo es un ejemplo vivo de agricultura regenerativa, un sistema de diseño agrícola y social que imita los patrones de la naturaleza.
En el corazón de la finca, estas dos emprendedoras levantaron la que sería su nueva vivienda, acorde a sus principios y filosofía. «Tras semanas de diseño y con ayuda de amigas y socias del proyecto, nos pusimos manos a la obra». Así, después de tres años de trabajo, habían hecho realidad la yurta, «zona cero» de la finca; una bioconstrucción inspirada en las originales de Mongolia en la que emplearon madera, lana de oveja, tela y celulosa, sin cimientos ni estructuras permanentes.
La energía la proporcionan las placas solares y el inversor, de forma que cuentan con una autonomía de tres a cuatro días, con independencia de la red convencional. «Vivir aquí nos conecta directamente con los ciclos naturales», comenta Helena. Junto a la yurta, un baño seco levantado también con técnicas de bioconstrucción demuestra que es posible vivir con comodidad respetando el entorno.
Una de sus metas es el uso sostenible del agua. Para ello, implementan técnicas como ollas de infiltración, donde utilizan biochar y otros materiales, filtrando las aguas grises de forma natural antes de devolverlas a la tierra y regando con ellas su bosque comestible. «Queremos que toda el agua que entra en la finca se reutilice y se integre en el ciclo natural», afirma Helena.
Otra de las zonas importantes en la Finca Quevedo es el huerto comunitario al que bautizaron «Mandala». Diseñado en forma de espiral, en él cultivan tomates, pimientos, pepinos, lechugas y otras hortalizas de temporada, solo para autoconsumo propio y de las socias del proyecto. La forma circular del huerto no es casualidad: es una metáfora que simboliza los ciclos naturales y tiene un valor sentimental, recordando el espacio donde el abuelo de Helena domaba caballos.
En la hectárea de terreno de la finca, más de 30 olivos, herencia del abuelo, conviven ahora con un bosque comestible donde crecen nísperos, ciruelos y otros frutales adaptados al clima local. «Buscamos crear sistemas agrícolas sostenibles que imiten la complejidad de los ecosistemas naturales», explica Clau.
Durante nuestra visita, conocimos a Nala, su juguetona perrita, que disfruta chapoteando en el biolago, una pequeña charca donde crecen anfibios que intervienen en el control de plagas. La biodiversidad es una prioridad en la finca: abundan las plantas aromáticas y con flores para atraer polinizadores. También han construido un hotel de insectos. «Esto contrasta con el cultivo tradicional de Almería y demuestra que otra agricultura, la regenerativa, es posible», señala Clau.
Para financiar el proyecto, Helena y Clau han apostado por el turismo sostenible. Recuperaron algunas viviendas familiares deshabitadas en Vélez Blanco y Galicia y las convirtieron en alojamientos turísticos con encanto y respetuosos con el medio. De esta forma, ofrecen a los visitantes la oportunidad de experimentar un estilo de vida más consciente. «Queremos demostrar que otra forma de turismo es posible», afirma Helena. Noelia y yo mismo hemos tenido la oportunidad de conocer uno de estos hogares, La Casa Viva, y verdaderamente nos hemos sentido como en casa.
Talleres y voluntariado
La Finca Quevedo también se ha convertido en un centro de aprendizaje colaborativo, logrando así una de las metas del proyecto. A través de su programa de voluntariado, están inscritas en la plataforma mundial WWOOF (World Wide Opportunities on Organic Farms), acogiendo a personas de todo el mundo interesadas en aprender sobre permacultura. «Las voluntarias nos ayudan en las tareas diarias y, a cambio, obtienen alojamiento y aprenden técnicas de cultivo regenerativo, bioconstrucción y vida sostenible», explica Clau.
Además del voluntariado, ofrecen la posibilidad a personas locales de asociarse a Permacultura Los Vélez mediante una cuota anual. «Queríamos que el nuestro fuera un proyecto de vida abierto, donde todas podamos aprender unas de otras», comenta Helena. Para quienes no pueden acudir de forma regular a la finca, también ofrecen la opción colaborar con pequeñas cantidades a través de la plataforma Teaming, amadrinando árboles del bosque comestible.
Organizan talleres y cursos sobre temas como elaboración de conservas, construcción con balas de paja o diseño de bosques comestibles. «Queremos compartir nuestros conocimientos y inspirar a otras a dar el paso hacia una vida más sostenible», explica Clau.
El proyecto de Helena y Clau es un oasis de esperanza en tiempos de crisis climática. Demuestra que es posible vivir en armonía con la naturaleza, producir alimentos de forma sostenible y crear comunidad. Como mujeres emprendedoras y miembros del colectivo LGTBIQ+, también son un ejemplo de diversidad en el mundo rural.
«Ha sido y sigue siendo un aprendizaje constante», reflexiona Helena. «Hemos descubierto que no todo se puede controlar en la naturaleza, y que eso también está bien. Es parte del proceso».
«Permacultura Los Vélez» es más que un proyecto agrícola; es una invitación a repensar nuestra relación con la tierra y entre nosotros. En las manos de Clau y Helena, la antigua finca del abuelo Francisco se ha convertido en un laboratorio vivo de sostenibilidad, un oasis de vida en el corazón de Almería, demostrando que otra forma de cultivar, vivir y relacionarnos con el entorno es posible y necesaria.